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Mostrando entradas de febrero, 2013

Un silencio vale más que mil palabras

Precisamos de esos momentos en los que todo cuanto nos rodea es silencio. Porque siempre hay gente a nuestro alrededor, personas que hablan más de la cuenta y nunca saben estar calladas. Ese tipo de gente que nos atrapa, que nos mantiene prisioneros de un rumor interminable, de una cadena de palabras y frases que nos envuelven hasta dejarnos sin respiración.  Y sentimos agobio, estrés: tenemos ganas de huir, de alejarnos de todo ser viviente y escapar a un paraíso virgen que no haya sido mancillado por el ser humano. Nos embarga una sensación extraña, un placer culpable por anhelar con tanto frenesí un destino alejado de la sociedad que nos ha criado y que tan hábilmente ha moldeado nuestras mentes. Pero sólo es un breve instante.  Quien pudiera escapar de verdad, hacer frente a miedos y vicisitudes y dar un paso hacia la libertad: el placer supremo, la cumbre que todo ser humano debería soñar con alcanzar. 

Historia de fantasmas

...Miedo.  Esa sensación apabullante que repta como un gusano; que trepa por tu columna igual que una ardilla por el tronco de un árbol.  Esa imparable llama que asciende en extensas oleadas; que consume con un incendio todo cuanto se cruza en su camino, disipando cualquier atisbo de voluntad.  Esa fría losa que se afinca como hielo en el interior de tu estómago; que te devora por dentro como un depredador; que te hace dudar de todo y de todos.  Siéntate conmigo junto al fuego y te contaré una historia triste y aterradora, una historia que habla de muerte y traición; una historia de venganza que traspasa el mismo umbral del más allá. Una historia de fantasmas que no se desvanecen al salir el sol, sino que perduran acurrucados a nuestro alrededor, esperando una justicia cósmica que nunca llega...

Castillo de arena

Hay verdades confusas escondidas dentro de mí. Son ideas que se entremezclan unas con otras, que me sumergen en episodios de estrellas y furor inexplicable; que martillean en mi sien llenándome la cabeza con imágenes que parpadean, que brillan un instante antes de desvanecerse para siempre.  Y aunque nunca coinciden, nunca son las mismas, m i pensamiento divergente sigue contemplándome como a un tercero, como a un autómata que confunde realidad con ficción y que ve cosas que sabe no pueden existir. Pero parecen hacerlo, porque las palpo y están ahí, aunque más tarde se evaporen.  No importa lo mucho que trate de distanciarme de esas vagas ilusiones, siguen ahí,  latentes, atrapándome en sus redes y alejándome cada vez más de lo que los demás entienden por realidad. Me provocan una maraña de emociones complejas que me aturulla mientras aspiro a rechazar las  perturbadoras  s ombras que hay a mi alrededor.  El símbolo que realza el poder oculto en mí desdibuja sus contornos cuando e

Réquiem

Añoro algo que nunca he tenido, algo que nunca he conocido. Ésa es la certeza con la que me despierto todas las mañanas y en la que pienso antes de acostarme todas las noches. Siento la pérdida de algo que no existe, de algo que necesito y quiero, pero que no entiendo.  Entonces pienso en ti, que te has ido. Ya nunca me relacionaré contigo, nunca sabré si la afinidad que nos unía  — frágil como un hilo de seda —  podría haberse convertido en un vínculo inquebrantable .  Porque no estás, ya no puedo hablarte: no soy capaz de averiguar si sabías siquiera de mi existencia o si sólo era un rostro más al que  apenas  habías prestado atención unos segundos. Yo conocía tu nombre, tu trabajo y tu talento; ahora la duda que me embarga es si tú conocías algo de mí .  Pero eso es algo que nunca sabré. Te has desvanecido y nunca volveré a verte: lo he asumido y, aunque me duele, lo único que puedo hacer es componer este réquiem sin música,  que espero te haga justicia y sirva de consuelo para

Ilusiones y cristales rotos

El sufrimiento no es una realidad absoluta, pero sí universal. Hay momentos en los que, aunque no queramos, nos invade a todos: se mete bajo nuestra piel, recorre nuestras venas y nos satura con desánimo y apatía.  Queremos desconectar, queremos dejar de sentir; apartar nuestras emociones y contemplarlo todo desde lo alto de una torre de hielo y cristal, sin participar directamente en lo que acontece en torno a nosotros. Creamos entonces esas ilusiones: armas de un poder inmenso, aunque con doble filo. Son nuestras formas de escudarnos, de protegernos del dolor: visualizarnos como entes diferentes que ni sienten ni padecen, que viven aislados en su mundo sin formar parte del de los demás.  Y podemos ser libres de este modo. Libres para no establecer lazos ni tolerar decepciones. Libres para vivir en ensoñaciones y fantasías que permitan no esperar del resto de personas más de lo que éstas pueden dar, o menos de lo que deberían. Libres para respirar sin depender de nadie, para ser au