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Mostrando entradas de octubre, 2012

Los tres monos sabios

No ver el mal. No oír el mal. No decir el mal.  Tres cosas que es conveniente tener en cuenta:  no mires lo que no debes; no escuches lo que no te atañe; no hables de lo que no sabes.  Si sigues estas reglas, no tendrás problema alguno. Si no... bueno, eres libre de hacer lo quieras; pero ten claro que luego deberás atenerte a las consecuencias de tus acciones. Y, en la mayoría de ocasiones, éstas últimas no valen el coste que pagas por ellas.  Si lo sabré yo...

Cortocircuito

Estás hastiado de ese continuo ir y venir, de dar vueltas en círculos de un sitio a otro mientras haces malabares con los diferentes aspectos de tu vida, que se cruzan y entrecruzan como el entramado de un tapiz.  Las sienes te martillean,  te pesan los párpados y tu garganta está completamente seca. Te duele todo: notas un agobio generalizado, un estrés que se transmite  como una corriente eléctrica por tus  venas y  arterias. Y crees que no vas a ser capaz de continuar: sabes que te vas a estrellar, que algo dentro de ti va a explotar. Tienes la certeza absoluta de que todo va a terminar en un cortocircuito: sufrirás un ataque de nervios y colapsarás. Esto no es vida: lo sabes, lo admites, pero te niegas a relajarte o a quitarte cosas que sabes es casi imposible compaginar. Porque lo necesitas, necesitas esa marea de sensaciones asfixiantes y extenuantes ascender desde tu pecho; esa compleja maraña de estrés y agotamiento que te hace desear la explosión cada mañana. Necesitas se

La vida son instantes

La vida te sorprende de las maneras más inesperadas. En un segundo estás viendo el mundo a través del cristal, como si nadie pudiera verte o tocarte, cuando algo sucede. Algo que te altera, que trastoca tu mundo y tu realidad hasta que todo lo que sentías y valorabas carece por completo de sentido. Nada importa, nada es real, nada tiene sentido. Pierdes la inocencia que una vez te caracterizó, percibes el hálito del cambio en tu oreja, y notas una sensación apabullante trepar por tu espalda y enquistarse en tu nuca. Y tú que antes pensabas en la vida como algo inmutable. Qué iluso.

Tus propias reglas

Existen esos momentos, momentos en los que la realidad parece convertirse en una ilusión, momentos en los que, si parpadeas un instante, todo cuanto creías conocer se desvanece en una voluta de humo.  Al abrir los ojos, te despiertas en un lugar extraño, un espacio infestado de gente que danza a tu alrededor en un baile de luces y sombras. Los focos se desplazan alternativamente, no llegan a iluminar tu piel pero sí tiñen al gentío de cientos de colores.  Te sientes mareado. Todo está sucediendo demasiado deprisa, casi no tienes tiempo de adaptarte a las nuevas condiciones del medio en el que ahora te mueves. El ruido es atronador. Apenas oyes tus propios pensamientos. Tienes la boca seca; el sudor hace que la ropa se adhiera a tu piel y el agobio que se respira con cada bocanada de aire, no hace sino alimentar la angustia que te consume por dentro. No sabes qué hacer, pero intentas una y otra vez no cometer una estupidez. No decir nada fuera de lugar, nada que luego pueda ser ut

Legado

A todos nos preocupa el futuro. Qué nos deparará el destino, qué intrincado final nos tendrá reservado... Si acabaremos en la cima del mundo o sirviendo a otros más afortunados. El legado es algo que también nos importa. No hablo de la descendencia, sino de aquello por lo que luchamos: aquello por lo que seremos recordados.  Todos anhelamos la eternidad. Ansiamos vivir para siempre como Shakespeare, bardo inmortal; como Alejandro Magno, rey de Macedonia; como Juana de Arco, patrona de Francia.  Todos queremos dejar nuestra impronta en la historia de la Humanidad. Que nos recuerden siglos después de nuestra muerte. Y a todos nos aterra convertirnos en una de esas anónimas sombras que construyen el futuro con sudor y sangre para acabar pudriéndose bajo tierra sin que nadie conozca ni sus nombres. Todo el mundo aspira a la grandeza, pero ésta se reserva para unos pocos.  Y no siempre se reparte de forma justa.

Absolución

Si quieres la absolución, deberás trabajar por ella.  Me he cansado de mentiras, de juegos ridículos y de encontrarme en situaciones con las que no me siento cómodo. Estoy harto de que me pongas entre la espada y la pared; harto de que creas que puedes hacer conmigo lo que quieras, de que puedes usarme y luego tirarme como si fuese un simple pañuelo.  He tragado las suficientes lágrimas, las suficientes frustraciones. Ya me he preocupado demasiado por lo que no debía y he pagado mi justo precio por ello.  Pero estás loc@ si piensas que voy a pagar también por lo que no me atañe.

Al estilo de Mary Poppins

He sido tu roca, tu refugio, tu lugar seguro cuando todo lo demás te fallaba. Pero yo sabía que eso no iba a durar.  Estoy hecho de nubes y de estrellas; de sueños inconclusos y de vanas esperanzas lanzadas al aire. Es mi obligación marcharme cuando cambia el viento: cuando ya no estás a solas,  c uando ya no quieres nada, cuando tus secretos vuelven a ser tuyos y no compartidos,  cuando ya no me necesitas.  Entonces es el momento de hacer la maleta y de experimentar un  nuevo cambio de aires. Es ese momento en el que debo abrir mi paraguas negro y salir volando a merced del viento del Oeste, sin mirar atrás dos veces.  Al estilo de Mary Poppins.

Baile de máscaras

Todos usamos máscaras. Son esas caretas de plástico que colocamos sobre nuestro verdadero yo para esconder las cosas que no nos gustan de nosotros mismos. Nuestros secretos, nuestros defectos, nuestros pecados. Aquello que enterramos para fingir que no existe, que no nos persigue, que no está siempre presente.  Al principio, cuando conoces a una persona, resulta muy fácil y práctico llevarla: puedes ser quien siempre has querido ser, mostrando a esa persona sólo lo que quieres que vea hasta que finalmente llega a creerse que eres así.  Pero luego, con el tiempo, el plástico se desgasta y la máscara se cae, poniendo al descubierto tu verdadera naturaleza. Es entonces cuando la otra persona ve por fin cómo eres realmente. Aunque, la mayoría de las veces, su antifaz también se desprende  y tampoco esa persona resulta ser lo que tú creías. Y todo es mentira, vuestra relación sólo fue un baile de máscaras: dos desconocidos danzando juntos al compás, sin saber qué hay más allá del dis

Insondable, como el mar

Esta tarde, observaba desde la ventanilla del tranvía la inmensidad del mar Mediterráneo, desplegado como una sábana bajo la vía. Contemplar ese color añil oscuro, tintado de verde y negro en las zonas más profundas, siempre me pone la piel de gallina.  En días como hoy, siento como si mirara mi propio reflejo. Un reflejo con diferentes tonalidades, con un halo de misterio y magia alrededor, que parece desafiarme a bucear en su interior y a desvelar sus secretos.  Después de todo, sólo nos conocemos a nosotros mismos a flor de piel. ¿Qué puede haber más importante que sumergirnos en nuestro yo más profundo y descubrir todo aquello de nosotros que no conocemos? Un abrazo a todos aquellos que se esfuerzan día a día por comprenderse a sí mismos un poco mejor. Y a los que no, también.

Compartimentar

Cuando sufres, cuando te asestan esa puñalada en lo profundo de las entrañas, sientes ese dolor lacerante ascender desde la boca de tu estómago e impregnar cada rincón de tu cuerpo. Tienes una sensación extraña, un vacío en el corazón que te provoca ganas de llorar a mares. Pero no puedes. Ahora no. Debes ofrecer tu mejor sonrisa y fingir que todo va bien, cuando realmente de lo único que tienes ganas es de derrumbarte y de que tus pedazos queden lo suficientemente separados como para no sentir nada.  Y envidias a aquellos que nacen con la capacidad de compartimentarse, de dividirse en fragmentos y así seguir haciendo su vida normal sin mostrar sus problemas e inquietudes.